El enfermo necesita la compañía de una persona durante las 24 horas del día, que supervise sus actividades y le sustituya en algunas de ellas.
- Retrasar la incontinencia. Si el enfermo ya presenta signos de incontinencia, esté atento a llevarlo al servicio a intervalos marcados, procurando reservar el uso de absorbentes sólo para la noche mientras pueda.
- Procurar un buen ritmo sueño-vigilia. Evite el insomnio del enfermo haciendo con él todo el ejercicio posible y manteniéndole activo en vez de sesteando durante el día.
- Manejar las alteraciones de conducta. Si aparecen episodios de agresividad, résteles importancia, utilizando el sentido del humor y el afecto. A veces da la impresión de que el enfermo actúa de forma indebida por propia voluntad y a “mala idea”, pero es una apreciación equivocada. Lo cierto es que una persona con alzhéimer tiene mermada su capacidad de juicio y ya no se le puede pedir que razone como siempre lo hizo.
- Procurar comprenderle. Para entender a qué puede deberse el enfado, la agitación o el sinsentido de la conducta del enfermo, debemos ponernos en su lugar. Se encuentra en mundo que ya no sabe interpretar, en medio de una niebla de desorientación y angustia. Sus reacciones tienen sentido para él y hay que esforzarse en encontrar ese sentido. Con paciencia y afecto.
- Cuidar al cuidador. Busque tiempo para usted. El cuidador debe mantener un espacio para la vida propia, de relación con los demás y del propio cuidado. Sólo así podrá hacer bien su labor.
- Utilizar los recursos a su alcance. Busque un centro de día para su enfermo. Eso le permitirá tener unas horas de descanso para usted y garantizar para él una estimulación cognitiva profesional.
- Mantener la movilidad. Si el enfermo empieza a presentar síntomas de estar perdiendo la movilidad, emplear los servicios de un fisioterapeuta para retrasar todo lo posible el ingreso en silla de ruedas.
- Incapacitar al enfermo. La persona con demencia ya no puede gobernar su vida como lo hacía antes de enfermar. Para proteger al enfermo de sí mismo y de otros, puede ser conveniente incapacitarlo. Suele plantearse esta necesidad cuando el enfermo posee un patrimonio considerable, cuando los miembros de la familia tienen opiniones enfrentadas en lo que respecta a decisiones importantes, cuando el enfermo presenta conductas de prodigalidad o cuando se pretende vender una propiedad para hacer frente a los gastos que origina la enfermedad, como motivos más frecuentes.
Fuente: Fundación Mutua Madrileña
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